El funeral de mis labios como un alegre soneto retumbará en tu boca mañana.
Disecada tu alma vendrá a mis brazos,
sin sustento tus manos y sin aliento tus ojos.
Sin fuerza tus piernas arrebatadas del peso de la noche
y sin consuelo alguno, te dejarás caer al suelo.
Digherido entonces entonaré con todas mis fuerzas
aquella presencia que reclama tu alma.
Me transformaré en Aquel en tu nombre y jamás,
jamás vovlerás a caer.
viernes, 7 de noviembre de 2008
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